Desde hoy serás mi luna,
luna que alumbra la noche en este oscuro rodar de mi existencia,
en esta vida condenada al anonimato,
en este despeñadero de dioses y de hombres —como dice Vargas Vila—.
Tú serás la luz en mi camino: tenue,
pero suficiente para evitar el descalabro y la caída en el desconsuelo.
Tú, con tu luz, alumbrarás mi senda
y evitarás, por un tiempo, mi caída hacia la nada.
Y será así:
una hecatombe de sueños, un derrumbe de anhelos,
como la crónica de lo inevitable.
Creciente al inicio —preludio de anhelos—,
envuelta en ilusiones y esperanzas:
¿alcanzará esta para ser feliz?
Luego, llena, luminosa como el día,
plena de deseos y delirios,
a modo de una explosión de luz.
Y después, cuando te vayas,
de a poquito alejándote y tornándote más distante,
entonces serás menguante.
Y de a poco —tal un epílogo anunciado—
mi vida se apagará como en un eclipse:
eclipse de sueños y quimeras.
Y después, cuando ya te hayas ido
y me dejes en la oscuridad,
entonces no habrá para mí luna nueva.
¿Valdrá la pena seguir en este peregrinar a tientas
en la noche de mi vida?